Cristóbal Pasos, el esposo de Marcela Montúfar, creía que su matrimonio era estable y que avanzaba medianamente bien. Las discusiones y la frialdad estaban presentes pero no eran constantes, no representaban males irreparables. Sin embargo había algo que era evidente y que ellos no notaban: la falta de comunicación.
Su creencia se derrumba cuando encuentra unas prendas eróticas en el bolso de su esposa. Marcela nunca había usado esa lencería para él, por eso lo primero que pasa por su cabeza es que ella le es infiel; usa esa ropa para otro hombre. Pero trata de albergar en su corazón la esperanza de se trata de una sorpresa y que Marcela planea ofrecerle una noche de placer.
Con el pasar de los días Cristóbal va corroborando aún más sus sospechas, y le va abriendo paso a la desesperación, los celos, la incertidumbre. Estaba confundido. No sabía si preguntarle directamente a Marcela o esperar a tener más evidencias; por eso decide espiarla. Él mismo la sigue para ver a dónde va y con quién. Cada vez la siente más ajena, pero aún no quiere perderla.
Se imagina situaciones, historias y posibles venganzas. Si la infidelidad de su esposa es verdadera no sabe hasta qué punto podría llegar. Una noche decide seguirla, ella iba en el carro de adelante con un hombre y se dirigían a una casa. Los dos entran, y unos minutos más tarde Cristóbal lo hace. Trata de escuchar lo que dicen los posibles amantes mientras están dentro de un cuarto; escucha sonidos de ella, quejas y gritos: Su esposa está en peligro. Él –por pura inercia- agarra un cuchillo. El hombre agrede a Marcela y Cristóbal se abalanza sobre él. De algún sitio sale un arma y se da un forcejeo entre los dos hombres, el otro de contextura mucho más gruesa que la de él; se dispara algún tiro pero nadie sale herido. En un momento de confusión Marcela golpea al hombre con un objeto contundente y Cristóbal logra recuperar la pistola, con la cual proporciona un golpe rotundo al individuo.
El esposo celoso se había convertido –sin quererlo- en un asesino. Y nunca olvidaría la última mirada que la víctima le dio antes de caer al piso.
Andrea Jaimes
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